Los niños tienen sus motivos para llorar durante la visita al pediatra
Este texto ha sido escrito por el famoso pediatra y escritor Carlos González y pertenece al número de la suscripción "Me gusta ir al pediatra, ¿cómo lo han conseguido mis padres?":
Muchos niños pequeños lloran cuando van al médico. Sus motivos tendrán. Es responsabilidad de nosotros, los médicos, intentar no hacerles llorar. Recurriendo al juego, a la broma, a la distracción, para crear un buen ambiente. Evitando en lo posible las maniobras molestas e invasivas (¡ese maldito palo en la garganta!). Sobre todo, pidiendo permiso al niño para acercarnos, para tocarlo. Un permiso que no se pide con la palabra, sino con el gesto, acercándonos lentamente, parándonos antes de tocar, esperando su respuesta y respetando su negativa. Con paciencia y respeto es posible conseguir que los bebés más pequeños no lloren casi nada. Es necesario, por supuesto, que su madre esté a su lado, sonriéndole, murmurándole o acariciándole.
Típicamente, desde los primeros días, el bebé pide permiso a su madre para dejarse tocar por el médico: en ese momento en que el médico pide permiso al bebé, en que acerca la mano y la detiene a unos centímetros de su piel, el bebé mira a su mamá, esperando instrucciones.
Si fuera un perro, una serpiente, un asesino en serie el que se acerca de ese modo, la madre pondría cara de angustia, y el bebé rompería a llorar. Cuando se trata del médico, la madre habitualmente sonríe, dice unas palabras de aliento, y el bebé vuelve a mirar al médico, sonríe y se deja tocar. Ahora bien, a partir de más o menos los ocho o nueve meses, y hasta más o menos los dos o tres años, casi todos los niños lloran, siempre, hagas lo que hagas.
Les hago mil monerías con mi inseparable mono de peluche, le digo a la madre que lo desnude sobre su regazo y no en la camilla, ausculto a la madre, al padre y hasta al mono de peluche en presencia del niño, caliento la campana del fonendo, me aparto con fingido temor y me vuelvo a acercar con ostentosa precaución... pero en el mejor de los casos apenas consigo un silencio desconfiado, una respiración entrecortada al borde del pánico. Muchos niños de esa edad están sencillamente llorando desde que entran por la puerta hasta que vuelven a salir.
¿Qué se puede hacer? Ante todo, respetarlos. Este texto es un fragmento del prólogo elaborado por el pediatra y escritor Carlos González para la guía educativa "Me gusta ir al pediatra, ¿cómo lo han conseguido mis padres?". Sigue leyendo para descubrir más.
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Escrito por:
Maestra de Educación Primaria, especialista en Tecnologias de la Información y la Comunicación.