Mis sesiones con Cristina
Hay algo del embarazo que, por muy buscado que sea, y por muy preparadas y deseosas que estemos, nos coge por sorpresa, se escapa a toda previsión. Nos nace un sentir especial que no es comparable con nada y que engloba muchos sentimientos en uno y nos deja perplejas y sin saber cómo manejarlo.
Cristina, madre y terapeuta gestáltica, intuyó mis emociones de madre recién embarazada y me sugirió hacer una sesión con ella. Tardé un tiempo en decidirme, pues se me metió en la cabeza que tal vez no fuera necesario, que yo podría con ello, todas las madres al final tiran adelante – ¿por qué yo iba a necesitar ayuda?-. Pero la necesitaba, porque necesitaba entrar en contacto con mis emociones, con la nueva vida que se estaba formando en mi interior, con mi nuevo estado, adaptarme a ese nuevo sentir y todo lo que iba a conllevar. No era consciente, pero la necesitaba desesperadamente. Y por fin me decidí, sin saber cómo sería esa ayuda, igual que al quedarnos embarazadas nunca sabemos cómo nos levantaremos al día siguiente, ni cómo será el segundo trimestre, ni cómo viviremos los 9 meses, ni qué parto nos espera.
Yo llevaba un embrión de 7 semanas en mi interior, o eso era lo que se suponía, porque ¿Cómo saberlo? ¿Cómo estar segura? ¿Cómo no sentir el miedo de que tal vez no estuviera bien o no estuviera creciendo? ¿Cómo no acordarse de algún aborto cercano o propio? ¿Cómo podía yo estar segura de que esa bolita seguía allí, creciendo y latiendo? Todas esas dudas estaban mucho más presentes en mi mente que la vida que crecía en mi interior. Así es como llegué hasta la orilla del río con Cristina. Habíamos dado un paseo y nos pareció un lugar muy adecuado para la sesión.
En un ambiente relajado, con los ojos cerrados,la voz de Cristina me iba guiando por mi interior. El fluir del río fue la música que acompaño el aire que entraba en mis pulmones y se extendía por mi interior. Me indicó me centrara en mi respiración y fuera nutriendo mi vientre de aire fresco y, entonces, descubrí la bolita de luz, esa preciosa perla luminosa que flotaba felizmente en la placenta. ¡Estaba ahí! Por fin, lo vi claro, lo sentí…
Podía sentirla, podía alimentarla con oxígeno fresco que yo tintaba de colores y la envolvía por completo, la acunaba. Le hablé por primera vez, sin miedo a no ser escuchada, le pedí que creciera, que creciera, que simplemente fuera. Le dije que le espera un mundo maravilloso fuera y todas las ñoñerías que se me ocurrieron, pues hasta entonces no había podido hablarle, no sabía si estaba, si vivía, si mi bolita me sentía como yo lo sentía.
Fue maravilloso sentirla entonces. Se había abierto una puerta mágica en mi interior por la cual podía entrar y estar con mi bolita, mi precioso bebé, cada vez que las dudas me abrumaban o no podía conciliar el sueño. Ahora podía acudir a esa puerta y conectar con mi bolita, que pronto tendría ya bracitos y piernas, luego deditos, y hasta uñas…
Ese primer contacto con mi bebé fue maravilloso, y entonces vi más claramente que necesitaba ayuda, que estaba llena da miedos. Lo curioso es que los miedos tampoco han desaparecido, pero no me impiden disfrutar del embarazo, creérmelo, sentirlo y estar con mi bebé. Otra gran lección ha sido aprender a vivir con el miedo, con la preocupación y a veces la impotencia que supone crear una vida nueva, una vida que depende de ti, pero es suya propia y no la puedes controlar, porque no puedes evitar todos los males del mundo. Pero sí puedo estar ahí, cerquita, amando, nutriendo con cada gesto, con cada respiración y acompañando, que es el papel que nos toca a los padres.