¿Cómo conseguirlo?
Aprendiendo a ser madre
Mi hijo de dos años y casi medio lleva una semana con frecuentes enfados y rabietas. Y me siento muy frustrada. No sé si le estoy acompañando bien, no sé si estoy siendo buena madre.
Esta mañana lloró más de 10 minutos tirado en el suelo de la cocina porque no accedí a darle una golosina antes de desayunar. No me preocupa lo de decirle que no, me siento tranquila poniéndole ese límite, lo tengo claro. Lo que no tengo claro es cómo acompañarle en los 10 minutos de lloros.
Lo que habitualmente hago es respetarle su lloro estando a su lado y decirle que me tiene ahí y que cuando se calme, si él quiere estaré con él; otras veces le pregunto si quiere venir conmigo, a veces dice que sí y ahí acaba la cosa y otras que no, entonces le sigo acompañando en la distancia.
Otras veces sigo haciendo cosas y cada poco me acerco donde está hasta que me ve. Otras le digo que le espero en el sofá si quiera estar conmigo. Otras le doy alguna razón del tipo “por la mañana hay que desayunar, las golosinas después”. Otras, por supuesto, me enfado y le digo que “naranjas de la china” y que “estoy harta”, entonces me voy, lloro, respiro fuerte o le pego un puntapié a cualquier objeto que tenga a mano y no se rompa y sobre todo me siento muy culpable y avergonzada. ¿¡No está bien que una buena madre haga eso!?
Atender a las necesidades emocionales del niño
Toda esta variedad de respuestas son por una sola cosa: quiero que mi hijo tenga de la mejor manera posible todas sus necesidades emocionales cubiertas.
Bien, es en este momento, cuando detrás de mi cabeza se despliega un halo de luz brillante y pura y comienzo a levitar sostenida por un par de elegantes y vaporosas alas blancas… Ah, perdón, ¿Qué no soy un ángel? Pues no, ser madre no conlleva la exigencia de ser un ángel protector y divino que todo lo puede. Porque ¿Qué significa de la mejor manera posible? Y ¿Cómo saber que has llegado a la mejor manera posible? Esto es algo que me tengo que decir a menudo: no soy ni puedo ser perfecta.
Mi hijo va a tener carencias emocionales como las he tenido yo y el resto de los humanos. Tampoco puedo darle todos los recursos y las herramientas necesarias para que esas carencias le afecten del menor modo posible porque ni siquiera yo las tengo desarrolladas. Si las tuviera no estaría escribiendo esto. Así que, después de este panorama, ¿Qué me queda? Pues me queda seguir desarrollando las mías propias para poder mostrárselas, me queda poder acompañarle desde el corazón en su camino, me queda poder decirle cuando sea mayor “hijo, siempre intenté estar a tu lado, gracias por todo lo que tú, con tu presencia, me has enseñado sobre mi”.