Una experiencia dolorosa a nivel emocional
Un aborto espontáneo durante los tres primeros meses de embarazo es algo bastante común. Tan común que los medicos lo ven como algo normal, algo así como pillar una gripe. Sin embargo, es muy traumático para la madre que esperaba ese bebé con ansias. No solamente se sufre un importante trastorno físico de hormonas, que en poco tiempo se han revolucionado primero por el embarazo y luego por el aborto, sino que a nivel emocional es una experiencia dolorosa para la que no estamos preparados.
Por eso he querido contar mi propia experiencia, para que le ayude a otras madres que han perdido a su bebé. Porque aunque el embarazo apenas había comenzado, si hemos decidido tener ese bebé en nuestra mente ya existía como tal, y es una pérdida real que requiere tiempo de sanación y duelo.
Lo que se suele hacer en caso de que el embarazo no prospere es intentar quitarle importancia. Algo en mi opinión totalmente contraproducente. Si se nos muriera cualquier otro familiar, a nadie se le ocuriría quitar importancia al asunto, sería una falta de respeto, una aberración. Pero en caso de un aborto espontanteo o no desado (el buscado tendrá sus otros traumas), desde los médicos hasta los familiares, todos intentan tratarlo como una gripe, como que eso no es nada o tampoco es para tanto.
Yo misma me fui a trabajar al día siguiente y me empeñé en seguir mi actividad como si tal cosa. La lentejita no había seguido creciendo y tuvieron que hacerme un legrado, pero al día siguiente a trabajar, para que no se diga. Yo, la superwoman que puede con todo.
Pero, ¡muy mal hecho! Porque me negé a sentir ese dolor que era natural y que tenía que sufrir, me negué a llorar por mi bebé, hacer el duelo, acostumbrarme a que ya no está, despedirme y dejar sanar la herida emocional. Como consecuencia me alejé de mi pareja, en el fondo le culpé porque intuí que no le importó tanto como a mi, le cogí rabia. Él pensaba que me ayudaba intentando no sacar el tema, quitándole importancia, animándome a seguir adelante. Decidimos esperar antes de buscar al siguiente. Y eso tal vez fuera otro error más, que desencadenó poco a poco otros errores y casi una ruptura.
Yo me sentía sola, sola en mi dolor, sola en mi pérdida. Pronto quise irme de casa, huir de todo, irme lejos, cambiar el rumbo de mi vida. Así por ignorar ese duelo, me inventé otros, y como perdí a mi pequeñín me asustaba siquiera pensar en el siguiente. Unos meses después, en plena crisis familiar, en vez de seguir huyendo decidí enfrenterme a mi interior y busqué ayuda de una terapeuta. Poco a poco, entendí que me quedaban muchas lágrimas que llorar y que ni siquiera podía mencionar el aborto sin deshacerme en lagrimones. Mi terapeuta me aconsejó hacer algún ritual para sanar esa herida, hacer un homenaje, un recuerdo, un adiós a ese bebé que había perdido hacía ya 5 meses.
Lo hicimos juntos, mi pareja y yo. Cogimos las primeras ecografías de nuestro botoncito y las llevamos a la montaña. A mi me pareció tétrico enterrarlas, así que durante horas buscamos un árbol bonito con un hueco. Y cuando encontré uno que me gustaba, las dejamos allí en un lecho de hojas verdes y lo tapamos con unas florecillas. Allí mismo empezé a imaginarme cómo iríamos de excursión a ese lugar otro año con nuestros futuros hijos. Lloré una vez más, pero me despedí.
A partir de entonces he trabajado duro en volver a estar a gusto en mi pareja, en aceptar ambos que cada uno tiene su tiempo y su manera de sufrir las pérdidas. Estamos intentando quedarnos embarazados de nuevo con ilusión y sobretodo con la seguridad, de que pase lo que pase, nuestra pareja ahora esta más fuerte y más unida.
Mi consejo a las madres que han tenido un aborto no deseado es primero llorar todo lo que nos de la gana y más, reconocer que nos duele y que es normal que nos duela y nos apene; quedarnos en casa el tiempo que necesitemos, hablar mucho con nuestra pareja, compartir los sentimientos, aunque no sean los mismos, respetarse entre los dos. También es bueno contar con ayuda de un terapeuta que nos pueda guiar para reconocer los verdaderos dolores y errores, antes de cometer demasiados y comprometer la relación.
Y al final, cuando estemos preparados es buena idea hacer alguna despedida, la que nos parezca adecuada y bonita - desde encender una vela, guardar las ecografías en un bonito sobre, hasta hacer un viaje con nuestra pareja o plantar un arbol. Cualquier cosa simbólica que nos sirva de recuerdo, que nos ayude en sanar la herida, despedirnos.
Seguramente pronto se creará de nuevo una vida en nuestro interior. Yo me lo voy a tomar con alegría, con mucha ilusión, sin miedo. Ya he aprendido que una vez concebida, esa vida tiene su propio destino y durará lo que dure, pero yo voy a cuidarla con todo mi amor y alegría. Y mi pareja estará allí para apoyarme.
Una lectora de Edukame