Háblale de tus sentimientos sobre sus virtudes y defectos
En los momentos previos al taller familiar Contacto y vínculo emocional que estaba realizando con un grupo de padres y sus hijos, se dio una escena entre un padre y su hijo que refleja la importancia de comunicarnos expresando nuestros sentimientos sobre su comportamiento, y que debemos hacerlo partiendo del “yo” en lugar del “tú”. A continuación, te explico.
Un niño de 6 años de edad empezó a correr por la sala mientras su padre lo seguía con mirada de pocos amigos. El niño, con enérgica actividad, pasó por debajo de la mesa donde estaba conectado el equipo de música con tal mala pata que se enganchó con el cable; perdió el equilibrio y al apoyarse en la mesa para vencer el golpe casi se le cae encima.
El padre, situado a pocos metros, cuando vio que se le podía caer el equipo de música encima, dio un fuerte grito: “¡Cuidado! ¡Que te vas a hacer daño! Mira lo que te pasa por correr y no mirar. Te podías haber hecho mucho daño y además te podías haber cargado el equipo de música”.
El niño, levantándose del suelo, le contestó con una actitud desafiante: “¡Bueno!, ¿y qué? Yo ya sabía”. Y se puso a caminar alejándose de su padre con la mirada baja.
En lugar de reprochar, háblale de tus sentimientos
Como yo estaba observando la escena, decidí acercarme al padre y comentarle: “Menudo susto te has llevado, ¿verdad?” Y él me contestó: “La verdad es que sí... Lamento el grito que he dado, no quería molestar.”
Le respondí lo siguiente: “Eso es lo que necesita oír tu hijo de ti en estos momentos. Tú has gritado porque te has asustado al verlo en peligro y no has sabido reaccionar de otra forma. Él también se ha asustado por la caída y por tu fuerte grito, y ha reaccionado haciéndose el fuerte ante ti. Mira ahora cómo os habéis quedado, distanciados, y con cara de pocos amigos.”
El miedo del padre y el miedo del hijo
“¿Por qué no vas a buscarlo y le hablas de lo que has sentido cuando él ha pasado tan rápido por debajo de la mesa? Empieza usando el yo: Yo me he asustado, creía que te ibas a hacer daño y por eso he gritado. Y después hazle saber que ves que él también se ha asustado. No le des ninguna explicación más ni sermón, simplemente háblale sobre tu miedo, tu susto y tu grito espontáneo y que ahora ves que él también se ha asustado.”
El padre se acercó a su hijo, se agachó y mirándolo a los ojos habló con él. Yo contemplaba a una cierta distancia la escena: cómo su hijo lo escuchaba sin mirarle a la cara y haciendo ver que no quería saber nada de él, pero a los pocos minutos de estar escuchando al padre se puso a llorar desconsoladamente.
El padre me miró muy sorprendido, pues el llanto era bastante fuerte y con su hijo de la mano se acercó y me dijo extrañado: "Tal vez se ha hecho daño con la caída, tal vez se ha torcido el tobillo o se ha roto algo, no sé… ¿Cariño, por qué lloras?, ¿qué te duele?"
Ante la pregunta del padre, respondí yo para guiarle: “No le duele nada físico. Tus palabras, al hablarle de tus sentimientos sin acusarlo de nada, le han hecho sentir que tiene tu permiso y tu comprensión para expresar también sus emociones. No se ha sentido reprochado, ni reñido, sino todo lo contrario. Está expresando su susto y seguro que también su pena por disgustarte. Dale tu apoyo y tiempo. Ahora os estáis comunicando desde el corazón y fortaleciendo vuestro vínculo.”
La necesidad de llorar
El padre se agachó a la altura de su hijo y lo abrazó fuertemente. El niño también lo abrazó y siguió llorando un ratito más y, poco a poco, fue bajando la intensidad hasta que finalmente se calmó. Vi cómo se miraban a los ojos, el padre le secaba las lágrimas mientras le decía algo que provocaba la sonrisa en el niño. Segundos más tarde, el niño reía y el padre mostraba cara de felicidad.
Compartir y validar los sentimientos
Ambos sintieron susto y miedo y eso les hizo reaccionar a cada uno de una forma determinada para defenderse. Cuando el niño supo los sentimientos de su padre y que también validaba los suyos, sintió que tenía espacio para llorar y desahogarse, llorar de verdad (que no es lo mismo que llorar de rabia o de enfado). Esas son las lágrimas que yo llamo lágrimas dulces, pues son las que sanaron su dolor emocional (y el de su padre también).
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Escrito por:
Pedagoga, Terapeuta infantil, Orientadora familiar, fundadora de Edúkame