Emociones en hijos y padres
Para mi, en el campo de las emociones, nuestros hijos son los maestros porque se desenvuelven en él de un modo puro: una emoción les llega y la expresan tal cuál, sin preguntarse si es el modo correcto o no.
En cambio, nosotros… ¿cómo nos sentimos cuando nuestros hijos están expresando una emoción como el miedo o la tristeza y no funciona nada de lo que hacemos o decimos para que se les pase? ¿Frustrados, enfadados, temerosos de no ser lo suficientemente buenos…?
Desde el punto de vista de las emociones, tanto para adultos como para niños, el llanto no es más que una señal visible y audible de que algo no va bien.
Generalmente nuestras respuestas suelen ser o distractoras o represivas, siendo el resultado de ambas, si no ha remitido el llanto, la frustración o el enfado. Pero, pongámonos en su lugar, cómo nos sentimos cuando estamos angustiados por algún tema y viene alguien importante para nosotros a decirnos “venga, anda, si no es para tanto, mira qué película dan esta noche” o “ya estás otra vez igual, me estoy cansando, mira como fulanito no se queja tanto”. Es posible que en algún momento funcionen, pero con seguridad estas respuestas no habrán cubierto nuestra necesidad emocional y hasta hayamos añadido una nueva carga al sentir vergüenza o incomprensión por nuestro llanto.
Entonces, ¿qué nos hace pensar que esas mismas respuestas sí cubren las necesidades emocionales de nuestros hijos? Como decía, nosotros nos sentiremos aún peor con las respuestas que hemos recibido, pero al menos podemos darnos explicaciones racionales que nos calmen algo el malestar o mandar a paseo al otro, si nos apetece, pero nuestros hijos pequeños aún o tienen esa capacidad desarrollada y lo que sienten es que algo les da miedo o sienten tristeza, frustración o enfado y las personas que son su referencia no conectan con ellos y no sólo eso si no que además hasta se pueden llegar a enfadar, lo que les provoca mayor malestar, confusión e incomprensión.
Este círculo de dolor entre padres e hijos pequeños sólo tiene una forma de romperse y nos corresponde a los padres tomar la responsabilidad de aprender y desarrollar nuevas estrategias de respuesta que conecten con el mundo emocional de los más pequeños. Lamentablemente, los padres no solemos tener las herramientas necesarias para manejarnos adecuadamente, pero sí tenemos la capacidad de aprenderlas.
Algo tan aparentemente difícil puede ser tan sencillo como pararnos a pensar y a sentir lo que necesitaría yo si estuviese totalmente inundado de la misma emoción. Quizás estas preguntas nos ayuden a tomar conciencia: ¿qué momento podemos recordar de nuestra infancia en el que nuestros padres no supieron cubrir nuestra necesidad emocional?, ¿qué respuesta hubiésemos necesitado en aquel momento?, ¿qué respuestas le estamos dando hoy nosotros a nuestros hijos cuando se sienten mal?, ¿qué información nos da el modo en el que ellos/ellas las reciben?, ¿cómo nos sentimos con las respuestas que empleamos?, ¿cuáles son nuestras carencias y nuestras fortalezas para manejarnos con las emociones propias y las de otros?, ¿cómo podemos superar nuestras carencias?, ¿en qué o quién nos podemos apoyar para lograrlo?